jueves, 29 de julio de 2010

Fahrenheit 451


Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arden los libros según nos contó Ray Bradbury en una de las mejores novelas del siglo XX. Pues bien, mis estanterías hoy están a punto de entrar en combustión. El fuego de la calle me lleva a imaginar cómo lo estarán pasando los personajes que pululan por aquí, estrujados entre las páginas y sin resquicios por donde respirar. Veo a la Pobre gente de Dostoievsky, a la Balada de gamberros de Umbral, al Iván Petrovich de Pushkin, a los tipos raros de Millás, a Luis Goytisolo contando sus Cosas que pasan... y me dan ganas de meterlos en la ducha. No lo haré porque los libros ni se prestan ni se mojan. Me conformo con dar una lista rápida de recomendaciones para leer en la piscina, bajo la sombra de un árbol o en la parada de autobús. Feliz ola de calor.

-El lobo, de Joseph Smith: si te gustan los documentales de animales de La 2 con esto vas a alucinar. Una joya.
-Cold Spring Harbor, de Richard Yates: un melodrama tan cinematográfico que desde la primera página te dan ganas de largarte a Hollywood y dirigirlo tú mismo.
-Autorretrato, de Edouard Levé: biografía suicida no apta para quienes necesitan tomar resuello incluso cuando leen en la intimidad.
-Grandes esperanzas, de Charles Dickens: porque si quieres volver a los clásicos lo mejor es empezar por Dickens, creo yo.
-Mosquitos, de William Faulkner: para entender, si acaso merece la pena hacerlo, de dónde viene tanta devoción por la carnaza ajena.
-Jet Lag, de Santiago Roncagliolo: puede que no pase a la historia, pero se trata de un diario entretenido y este tipo escribe francamente bien (siento envidia, sí).
-El extranjero, de Albert Camus: si tuviera que hacer una lista de los mejores libros estivales, éste aparecería el primero. Sería algo así como el Georgie Dann (con perdón) de la narrativa.
-Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain: la evolución de las especies, de la nuestra al menos, contada por un genio con el que me habría encantado irme de cañas.
-Largo viaje hacia la noche, de Eugene O'Neill: el padre del teatro americano se marca una obra maestra con esta catarsis de demonios familiares. Olvidarás hasta el calor que hace.
-El bello verano, de Cesare Pavese: la recuerdo como una novelita iniciática, algo así como El Camino, de Miguel Delibes, pero de inferior calidad. Su título te lleva en bicicleta a las vacaciones de la infancia y por eso, aferrado a la nostalgia, la incluyo.

P.D.: Se admiten opiniones y otras propuestas. Se admite que escriba alguien, en fin.
P.D.2: Ojalá los poderes de los hados se conjuguen y muy pronto pueda colar mi novela en alguna de estas listas en plan autobombo. Os mantendré informados.
P.D.3: Los de la foto son Julie Christie y François Truffaut durante el rodaje de Fahrenheit 451, mi película favorita.

2 comentarios:

  1. Recién llegado de copas y con un tinto de verano delante del ordenador me ha alegrado leer tus recomendaciones. Sólo puedo estar de acuerdo con los leídos, como Pavese y Camus, aunque reconozco que de éste último casi me echa para atrás la parte del velatorio. Estaba para otros trotes. Leeré el de Twain y Faulkner, por ahora. Un abrazo.

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  2. Bueno, bueno, bueno... tanto que me ha enganchado hasta el final. Te seguiré. Besos. Gema Veiga

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