viernes, 15 de enero de 2010

Ramon(z)ín


Vamos a jugar al juego de las marcas. Consiste en que yo les digo marcas de productos variados, entre medias cuelo una que no lo es y ustedes tienen que adivinar cuál es el topo. Es muy fácil. Ahí va: Coca-Cola, Rolex, BMW, Converse, La Razón, Ramonzín (con «c») y Vodafone. ¿Ya?
Vale; han perdido. Ramonzín (con «c»)sí es una marca, no sabemos si de pollos fritos o de qué, y quien no se haya enterado que se dé una vuelta por el espeluznante mundo de la información porque el asunto es para tal y no echar gota. Ayer, la noticia del día sin contar con las cosas serias consistió en que el artista, cuyo nombre, tanto con «c» como con «z» sortearé a partir de ahora no vaya a ser que me caiga un paquete, avisó a los navegantes de lo caro que puede salirles citar su nombre en vano. Es decir, que cuidado con referirse a él si el motivo para hacerlo no se ciñe a gestas estrictamente profesionales. Tarea difícil por otra parte.
Las opciones tras escuchar tamaña memez se limitan a dos: o pasar de largo porque no hay mejor sordo que el no quiere oír (aquí incluimos determinados géneros musicales) o apuntarse el tanto y entender que todos, en el fondo, somos dueños de nuestro nombre y que éste puede convertirse en rentable filón con un mínimo de astucia. Resulta que, en mis cada vez más frecuentes y onanistas ejercicios de «egosearch» (eso que hacemos todos y que consiste en buscarse en Google), me he topado con «bloggers» que prefieren verme caput, piratas que fusilan artículos publicados en este periódico y dardos sanguinolentos lanzados a go-gó. Eso, sin haber sido jamás un ídolo de masas, sin que nadie me haya coronado rey excepto mi santa madre y sin que litros de alcohol corran por mis venas, mujer. Está claro: la guerra ha comenzado, el Gran Hermano, (ahora sí) somos todos y tonto al que no le citen.